martes, 5 de octubre de 2010

para qué mentir..

Nunca viniste desde Madrid y aquel día lo hiciste desde Londres. Yo estaba sola y me acordaba de tí, quizá por las vueltas que daba la vida. Mandé un mensaje y él contestó rápidamente, pero seguía sin ser suficiente. Y entonces hice lo que siempre hacía cuando pensaba en ti, me embriagué del alcohol. Por eso pensé que no eras tú. Te toqué varias veces y no era mentira, estabas ahí. Escuché todo lo que tenías que decirme dando ya por hecho que sería imposible decirte que no. Te besé y me di cuenta de que se me había olvidado como besabas. Disfruté contigo todas las horas que puede tener una noche. Cogí mi coche borracha y con sueño y te llevé a tu casa. De vuelta intentaba no dormirme pensando en lo que había pasado. Volviste dos días después, pensé que habías cambiado. Tuvimos la primera discusión. No habías cambiado. Nos reconciliamos. Quince días de llamadas. Un mes en la misma ciudad. Tres veces nos vimos.

Quizá no necesitábamos más tiempo para saber que estábamos tirando de un amor roto. Y, aunque no llegue a entender por qué apareciste aquel día, soy incapaz de guardarte rencor, como siempre. Me has dado los peores momentos de angustia. He mangoneado mis principios, mi orgullo, mi libertad por ti y ni siquiera eres capaz de luchar por mí cuando tiro la toalla.

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