jueves, 26 de agosto de 2010

Siempre volvemos a hacernos las mismas heridas, a coger la misma ropa del baúl, a dormir con las mismas mantas y pensamos que todo eso nos va a salvar. Nos va a sacar de este error permanente. Pero el amor siempre ha roto todos los microondas y tu te empeñas en que siga siendo la misma y da la casualidad de que ya no lo soy, de que quererte ha dejado de ser hasta dolorosamente morboso. Ya no somos nada. Y nos empeñamos en serlo, tu te has empeñado en hacerlo bien y yo en vendarme los ojos. Pero tenemos los días contados, ya verás.

M.

Tú siempre llamabas tres veces a mi timbre. Entrabas por la puerta y sin ni siquiera decir nada ibas directa a mi cama. Curabas tus heridas conmigo, oí de tus labios las metáforas más bonitas. Escribías desde mi ordenador y luego tras un abrazo, me dejabas solo en cincuenta metros cuadrados. Nunca me dejaste usar mi botiquín, yo solo era un oyente pasivo, clavando mis ojos en los tuyos, viendo como tu cuerpo daba vueltas sobre mi cama y yo no podía hacer nada. Me alimenté de comida precalentada que nunca me dejaste cocinar hasta que un día estallé y no te abrí la puerta de mi casa, no cogí tus llamadas y empecé a dejar de ver como curabas tus heridas para empezar a curar las mías.